Las habaneras tienen las neuronas intranquila
Sabido hasta la saciedad, casi una verdad de Perogrullo, es que La Habana, con sus cercanos cinco siglos y en algunos sitios bastante descuidada, mantiene un encanto que le vale el reconocimiento de Ciudad Maravilla. Haciendo un rápido recuento, diría que con sus columnas, las hojas de sus frescos parques y sus mujeres, la fama le toca definitivamente.
Más de un enamorado de estas cualidades ha atrapado en sus colores y pinceles estos atributos perennes, vienen a mi memoria los lienzos de Portocarrero y sus floras, las mulatas de Carlos Enríquez, envueltas en desenfrenados enredos de raptos o en puertas, las curvas disueltas en la espuma misteriosa y sensual de las de Servando, en fin, muchos han recurrido a este fenómeno bioetnocultural que corresponde a las habaneras.
Sin embargo, en esta receta peculiar falta un ingrediente, ellas son además inteligentes e instruidas, talentosas. Entonces llegamos a un programa televisivo que honra en cada emisión a las habaneras. En La neurona intranquila se premia el conocimiento de sus ganadores con los ya famosos Rostros de habaneras, atrapados en los lienzos que llevan la firma del pintor, restaurador y diseñador José Manuel Rebustillos.
Este programa cultiva el intelecto con entretenidos desafíos de conocimientos, en él cada semana valientes cubanos y cubanas ante las cámaras esgrimen sus respuestas para ganar o perder.
El artista y su obra
Muchas veces un artista es, además, un buen ciudadano, un buen padre, en fin una persona que sirve al propósito de su arte y a la vida. Desligado de la fama, bien reitera Fidel Castro, acordándose de José Martí, que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. Servidor de los proyectos que rinden fruto al país, Rebustillos ha encaminado su quehacer artístico a dotar de un particular encanto a las habaneras.
Llenas de color como flores exóticas en el jardín de sus propias gracias con rostros sonrientes, sensuales, irónicos, severos, audaces, ninguno igual al otro. Estas obras devienen una verdadera colección de mujeres-habaneras (ojo que decir esto no regionaliza el análisis, de algún modo, todas son también las cubanas) que viven en un mundo-otro, en el cual penetra el pintor y todos los gestos se le franquean.
Pero su deuda con el arte no termina aquí, es, además, cantante y compositor, verdad que sin tanta suerte, pero bien afinado y creador de números que mostrarían otra arista personal de Pepe.
También pinta escenas de mucha intensidad dramática, interiores amueblados con tronos multicolores y adornos del mejor surrealismo a la cubana; viejos bíblicos que contemplan con mirada benéfica los males de la humanidad; delgadas vibrantes de pelos lacios con miradas escrutadoras y cálidas.
Así, dueño de los paisajes personales de sus habaneras, crea sin descanso su mundo de maravillas que, por suerte, comparte con nosotros.