27 de julio de 2024

envivo

Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

¿Los laberintos de la modernidad?

Las múltiples herramientas de la digitalización han revolucionado las prácticas y códigos visuales-sonoros del audiovisual contemporáneo

En la televisión de hoy se incrementan, cada día más, junto a imágenes de personajes virtuales, la multiplicidad de planos o textos paralelos, la sobreimpresión de frases, la ruptura u omisión de sonido e imagen, las pantallas en negro, etcétera.

Estos signos de los nuevos estilos y tendencias en la realización de las producciones, emanan del desarrollo tecnológico y la creciente competencia entre creadores, firmas y productores del mercado global de la industria cultural contemporánea.

Pero ni tantos cambios en los recursos expresivos audiovisuales han anulado un principio inalterable en productos generados por la prensa escrita, la radio, la televisión, el cine y ahora Internet: deben comunicar un mensaje preciso. Una y otra vez lo recuerdo cuando veo televisión y, en ocasiones, me pregunto: ¿qué intentamos comunicar?

Todos sabemos que la renovación estética audiovisual o dramatúrgica no garantiza, per se, mayor valor cultural o claridad comunicativas.

No obstante, algunos creadores solo ven la diversificación de géneros o formatos en el incremento de medios tecnológicos o en el rescate de fórmulas comunicativas-mercantiles gestadas en la radiodifusión comercial en América durante los años 50 del siglo pasado. Sí amigos, las mismas que erradicamos buscando priorizar las esencias hace más de cinco decenios, cuando cambiamos nuestro contexto y objetivos mediático-sociales.
No hay técnicas ni recursos buenos ni malos, sino la falta de mesura en su aplicación, hasta llegar a su clonación viral, minuto tras minuto en pantalla, por todo nuestro sistema televisivo.
Si la renovación formal es la prioridad, corremos el riesgo de perder las esencias y la calidad integral de nuestras propuestas, diluir los contenidos, enrarecer la comunicación y desestabilizar, en nombre de unos, la recepción de otras audiencias con necesidades diferentes.

Ser creador implica la búsqueda de la autenticidad sin intentar timar a los públicos.
Resulta indudable que potenciar los valores formativos, educativos y culturales y a la par, captar la atención y ser capaces de distraer y entretener, es algo muy serio y complejo que demanda dominio pleno de las disciplinas artísticas y comunicativas involucradas, en consonancia con el entorno y conocimientos del público al cual se orienta.

La función lúdica del entretenimiento que pervive en disímiles entornos y prácticas culturales -incluidas las mediáticas- es necesaria, pero exige sabiduría y sentido del equilibrio. Añadir atractivos a los diseños y montajes televisivos no es dañino, lo peligroso es buscar la aceptación popular a partir de resortes superfluos, vacuos y pueriles.

El fenómeno adquiere rango de cataclismo cuando todos los proyectos, géneros, formatos y recursos se copian unos a otros en una orfandad alarmante de originalidad y creatividad. Ello nos hace pensar que en nuestros predios, aquellos se encuentran en vías de extinción.
Equilibrium
La comunicación y retroalimentación con los públicos es necesaria para equilibrar las necesidades del emisor con las del televidente, y recibir sus sugerencias y criterios.

Por decenios, el panel de Escriba y lea se ha nutrido de los temas, personajes y sucesos enviados por sus adeptos; en otros espacios, los infantes han estimulado su inclinación a las artes plásticas mostrando sus dibujos en pantalla, las competencias han potenciado el aprendizaje y los aficionados a las diferentes artes han intentado convertirse en profesionales delante de las cámaras.

La divulgación de las vías y canales para que las audiencias hagan llegar sus criterios, sugerencias y críticas deviene tan necesaria como los estudios de nuestro Centro de Investigaciones Sociales, que por décadas ha pesquisado, con métodos científicos, los gustos, necesidades, preferencias y la aceptación o no de nuestros proyectos.

Las relaciones que hoy aparecen en pantalla son más superficiales. Los estudios se inundan de televidentes -aunque no haya espacio para los intérpretes- devenidos piezas de la escenografía o con una participación pueril que secundan el guion y una conducción feriada, la cual enfatiza en ellos la sensación de sentirse, por unos minutos, figuras públicas.
Se suma una verdadera epidemia de acuses de recibo y una carga tan considerable de mensajes, felicitaciones y saludos provenientes de diversos soportes que adquieren un protagonismo insólito, dejando mal parado a cualquier comunicador.

Cuando tales acciones no responden a las necesidades concretas de un proyecto y se aplican por igual en todos los géneros y formatos, esta participación de los públicos deja de ser retroalimentación y se convierte en matriz populista sustentada en el concepto de “reina por un día”, el reality show y el morbo.
Construir y mantener identidades.

La arbitrariedad o incoherencia de códigos y prácticas mediáticas no pertenece solo a los creadores, pues algunas televisoras generalizan tendencias que distorsionan sus propios objetivos, atentan contra los hábitos de recepción y limitan la estructuración de las agendas individuales.

La recuperación de la independencia administrativa y el incremento de horas de difusión diarias de nuestros canales pretendían potenciar la identidad corporativa de cada planta y diversificar las ofertas a los televidentes.

Sin embargo, dichos propósitos se anulan cuando la parrilla de programas se colma con inconmensurables retransmisiones y la mayoría de las plantas reproducen los mismos formatos, géneros, obras y recursos expresivos.

En esta línea hemos llegado al colmo de estrenar una telenovela o serie en una planta y retransmitirla el mismo día en otra, en dos temporadas, dos momentos diversos del relato, dos sesiones y en dos horarios diferentes.

¿Cómo reforzarán su identidad corporativa nuestras televisoras, si todas difunden los mismos géneros, formatos, espacios, recursos y herramientas y se clonan unas a otras?

La habitualidad en la extensión de los programas que integran la parrilla de programación no es arbitraria -los más comunes: 15, 27 y 57 minutos- está orientada a alternar géneros y contenidos, satisfacer diversas expectativas, permitir a cada televidente configurar su propia agenda y, en última instancia, conciliar las necesidades mediáticas de los emisores y las de las audiencias.

Salvo circunstancias excepcionales aceptadas por todos, cuando algunos de ellos se extienden desmesuradamente, concentran la prioridad del emisor en una propuesta y afecta los hábitos de recepción de variadas audiencias.

Por ello, cuando Megasábado, No quiero llanto y Sonando en Cuba rebasaron sus tiempos tradicionales, impidieron a muchos ver, en el tiempo habitual previsto, las ofertas que le sucedían en la parrilla.
Sin perder esencias.

No podemos perder lo mejor de nosotros en la milenaria contienda entre contenido y forma. La necesidad de modernizar y renovar estéticas -e incluso la sana búsqueda de éxito y aceptación en las audiencias- no pueden suplantar nuestra aspiración perenne de calidad y autenticidad, ni la búsqueda de la frescura puede convertir en light todo lo que toca.

En nuestra televisión pública -sustentada por el Estado- todas las plantas pertenecen al mismo propietario. Por ende, su competencia debe ser inteligente, coherente y racional.

Con 65 años ininterrumpidos de experiencia televisiva, un capital humano de vasta experiencia profesional y cientos de graduados universitarios en las disciplinas técnicas, informáticas y artísticas, los cubanos tenemos mucho que ofrecer sin propagar por doquier prácticas insustanciales.

No ignoremos al coro de voces autorizadas que alertan sobre el dominio de lo pueril y superfluo de la peor industria cultural foránea en nuestros países.

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