26 de julio de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

Una programación mediática orientada a todos los públicos

Se requiere un análisis más detallado de los contenidos, los enfoques y los roles de los actores sociales en la programación televisiva actual

Una de las tareas mas complejas de la gestión mediática es la programación de contenidos, determinada por la misión social de los medios de comunicación, las potencialidades productivas, financieras y creativas de las televisoras y las demandas y necesidades de diversos tipos de sus receptores.

En los sistemas televisivos de servicio público, el proceso se complejiza porque, además de lo anteriormente expresado, debe cumplirse con ineludibles requerimientos éticos.

Hasta el arribo del nefasto Periodo Especial, en tres décadas de servicio público cubano derrochamos creatividad en proyectos orientados a la educación e instrucción de las grandes mayorías de la población, la formación en normas ciudadanas, cívicas y a estructurar una cultura ideológica, en función del nuevo proyecto social, a proveer información, elevar el nivel cultural y los valores integrales, así como incrementar la satisfacción espiritual de los cubanos mediante el arte y el entretenimiento mediáticos.

Trascurridos quince años del siglo XXI, nuestra situación es otra y la realidad, muy diversa a la del resto de América Latina, por solo citar un ejemplo de área geográfica.

En tal sentido, debe destacarse que tras la alfabetización masiva en 1961, la enseñanza en Cuba es gratuita y obligatoria hasta el sexto grado. El nivel de instrucción promedio es de noveno grado y hoy tenemos miles de egresados de nivel medio superior y más de un millón de egresados universitarios, muchos de los cuales devinieron alumnos de postgrado, Maestros o Doctores en Ciencias.

Además, generaciones de cubanos formados en la enseñanza artística de nivel medio y superior, hoy nutren nuestras agrupaciones vocales, musicales, teatrales y danzarías, incluso aquellas especializadas en las variantes de las prácticas culturales más populares.

La salud gratuita y el acceso a los servicios básicos, con prestaciones más complejas y costosas, genera que nuestra tasa de vida al nacer iguale o supere la de algunos países desarrollados y la esperanza de vida al nacer sobrepase los setenta años; de modo que los ciudadanos mayores de sesenta años alcancen ya casi el 20 % de la población general.

El entorno de la información, la comunicación y el universo televisivo cuenta con nuevas tecnologías que democratizan el acceso de los públicos a los contenidos y a actividades antes profesionales como la fotografía, la grabación y hasta la edición de imágenes en movimientos, actividades realizadas por actores sociales no profesionales. Tales soportes y herramientas inciden significativamente en las tendencias estéticas del discurso audiovisual.

Por todo ello, la concepción formal y teórica de los proyectos televisivos actuales tiene que ser diferente a la creada hace cinco décadas. Pero ese proceso de renovación de la estética y los contenidos, precisa conjugar las necesidades y visiones de los realizadores y emisores de las plataformas mediáticas y de sus públicos; de lo contrario, se interrumpe el proceso de comunicación.

Las paradojas abundan:
Pese a nuestro monumental reservorio de nivel superior de compositores, instrumentistas, cantores, bailarines, actores y actrices –muchos de los cuales son premiados en prestigiosos eventos internacionales o colaboran con figuras e instituciones de primer nivel mundial– en nuestras ofertas televisivas predominan los géneros populares y, lamentablemente, algunas agrupaciones y proyectos de marcada tendencia populista, mientras son exóticos los programas habituales dedicadas a la música de concierto o clásica, a los coros, a la danza, a la ópera y la zarzuela.

Generalmente ignoramos el ato nivel de instrucción y cultural de la mayoría de la población cuando nuestra programación mantiene el enfoque y el paradigma informativo-transmisivo que resultó indispensable a inicios de los años sesenta, cuando la evolución de nuestra sociedad nos impone transitar a una real comunicación participativa, donde predomine una perspectiva analítica y se fomente la cultura del debate.

Un análisis somero de nuestra parrilla de programas revela un aluvión de revistas informativas de la más diversa índole e incontables programas de entrevistas dedicados a las historias de vida de las figuras, al anecdotario, mientras relegamos otros formatos y géneros -informativos o no- que darían diversidad a las funciones mediáticas y brindarían otras maneras de transmitir el mensaje.

Por añadidura, se consolida una tendencia que trata superficialmente la noticia o la información, eludiendo la historia, la relación causa- efecto y el análisis de los procesos.

Nuestros medios de comunicación sobredimensionan el rol del periodista y ya resulta común que recién egresados muchos de ellos devengan ante nuestras cámaras expertos en economía, politólogos y críticos en las más diversas especialidades artísticas, relegando a los múltiples y prestigiosos especialistas y expertos de las diversas ramas del conocimiento y del saber humano con que cuenta la nación.

Ser joven o recién egresado no es un pecado y es cierto que algunos de ellos son excepcionalmente talentosos y que otros de menor edad son ya verdaderos expertos en un tema. Pero es necesario comprender que el rol de líder de opinión necesita sedimentación, experiencia y un prestigio que en la mayoría de las ocasiones solo se logran con el paso del tiempo. Los “todólogos” pueden hacer mucho daño aun cuando tengan buenas intenciones, rostros y figuras jóvenes o hermosas.

Nuestra pantalla privilegia la ficción original y relega las adaptaciones de la literatura, la dramaturgia o la escena clásica y eso impide que el legado nacional o internacional se transmita a las nuevas generaciones.

Lo mismo sucede con la música clásica, la danza, las óperas, zarzuelas, operetas y coros.

La estética de los programas debe renovarse sin introducir ruidos de comunicación que distorsionen su recepción. Todo mensaje mediático debe considerar los hábitos de teleaudiencia de todos los segmentos de la población, buscando la armonía entre sus propósitos de transformar la relación contenido-forma y las costumbres de sus receptores.

En nuestro país los televidentes más fieles son precisamente quienes han tenido el privilegio de alcanzar una edad avanzada, que en la mayoría de los casos tienen a la televisión como una de sus pocas fuentes de consumo cultural gratuito y poseen edades donde es muy difícil suplantar percepciones, criterios y costumbres. La ruptura total con los códigos formales tradicionales no es el camino para llegar a ellos.

Un análisis más detallado de los contenidos, los enfoques y los roles de los actores sociales en la programación televisiva actual, permitirá reorientar nuestros proyectos para cumplir de manera satisfactoria, efectiva y óptima nuestra misión social: satisfacer las demandas de la mayoría de nuestra población.

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