Calendario

Cuánto me alegra que esa semana con más de siete días solo se debiera a la romántica inspiración de Armando Manzanero, pues solamente debí esperar —y confieso que con cierta impaciencia— un aproximado de ciento sesenta y ocho horas para ver el segundo capítulo de Calendario, una serie que apunta hacia el universo juvenil, pero con suficiente puntería para concitar el interés y más aún la reflexión de toda la familia.

Así de certeras han demostrado ser su concepción y realización, gracias al probado talento, la vasta experiencia y la gran sensibilidad del guionista Amílcar Salatti y la directora Magda González Grau, como componentes de un binomio del que no podía esperarse sino un producto televisivo llamado a cubrir las expectativas de la muy entrenada y no menos exigente teleaudiencia cubana.

En sus dos salidas al aire, Calendario ha concentrado en la pequeña pantalla con una elevada dosis de autenticidad, situaciones y actitudes en las cuales ha sido posible reconocernos a nosotros mismos, a un pariente cercano, al vecino más próximo o a un simple conocido, recurriendo a una exaltación de la más raigal cubanía despojada de manidos y contraproducentes clichés, y a un didactismo «sin rubor de serlo» —como dijera Mirta Aguirre— capaz de motivarnos al análisis de cuánto hacemos o dejamos de hacer para fomentar en los más jóvenes y en quienes no lo son los mejores valores humanos, con tal de darnos un país cada vez más equitativo, comprensivo e inclusivo.

Quizás me haya apresurado un tanto al escribir estas apreciaciones aún preliminares, porque a Calendario le queda todavía bastante camino por andar… o unas cuantas hojas que vencer. Pero ya que no puedo apresurar la llegada de su próximo capítulo, le he permitido a mi impaciencia hacer lo suyo, agradeciendo que no existan las semanas con más de siete días con tal de disfrutar de esta magnífica serie juvenil para los televidentes de todas la edades.