Que a cada quien… se le reconozca lo suyo

A nadie, por insensato que sea, se le ocurriría negar que Antonio Machín (Sagua la Grande, 1903 – Madrid, 1977) marcó un hito en la música de este archipiélago en el cual nacimos.

Sí, un compatriota digno de nuestro más cálido reconocimiento. Fue el artista que popularizó El manisero, de Simons, en los Estados Unidos. El que estremeció a quienes asistían al teatro británico Adelphya, al interpretar Lamento esclavo, de Eliseo Grenet. El que se echó en el bolsillo al público no solo en España, sino también en Alemania, Dinamarca, Francia, Italia, Noruega, Rumanía, Suecia.

Y aquí viene el “pero”. En contra de lo que hasta el cansancio se repite en nuestras ondas hertzianas, Machín no compuso la conocidísima pieza Angelitos negros.

La verdadera historia

Andrés Eloy Blanco (Cumaná,1896 – Ciudad México, 1955) fue un poeta, dramaturgo, abogado y político venezolano.

Hombre de credo decididamente progresista, en 1918 está en la cárcel por vez primera. Mucho después sería canciller en el gobierno popular de Rómulo Gallegos, finalmente defenestrado por los militarotes.

El poemario que da a la imprenta en los años ´40 incluye Píntame angelitos negros, potador de un vibrante mensaje antirracista. (“Aunque la Virgen sea blanca, píntame angelitos negros”).

Un día el poema cae en manos del actor y compositor mexicano Manuel Álvarez Rentería, apodado artísticamente Maciste, quien, escogiendo parte de los versos, crea una obra musical que sería inicialmente interpretada por Pedro Infante. Después se iba a escuchar, entre otras voces, en las de Agustín Lara, Toña la Negra, Celia Cruz, Lola Flores, Javier Solís, Los Pasteles Verdes, Chavela Vargas. Y en la de Machín.

Concluyendo:

Decididamente, no fue Machín el autor de Angelitos negros. (Ni falta le hacía para afianzar su gloria imperecedera).